Una película conocida
De los caminos sin retorno que preanuncian nada bueno
por Hugo Murno, especial para BERNAL.ES
(18/07/2012) -Para no remontarnos muy atrás en la historia de la humanidad, permítasenos recordar algunos cosas que sucedieron en los últimos cien años y un poco menos. Hubo una o varias veces en que los homosexuales –hoy aceptados por casi todo el mundo—fueron perseguidos y denostados, además de puestos presos y hasta condenados a muerte o asesinados directamente. Y fue ayer en la Alemania nazi o en la Cuba castrista, y también en la España de Franco que esto pasaba y el resto del orbe callaba o miraba para otro lado. Después, caídos los tiranos o suavizados sus regímenes despóticos, la cosa cambio y todos dijimos ¡qué barbaridad; cómo hacían eso!
Algo similar se hizo y dijo cuando el déspota de Stalin, más sanguinario aún que Hitler, mando a morir en Siberia o directamente mandó matar a millones, si decenas de millones de rusos y otros nacidos en las repúblicas de la ex URSS que osaban levantar alguna voz crítica del régimen. Ni hablar del amordazamiento del periodismo. Ni de la prohibición de salir del país en casi todos esos casos, como en la Alemania Oriental, mal llamada Democrática, hace poco menos de 23 años, hasta la caída del ignominioso Muro de Berlín. Tampoco se permitía o permite comprar libremente moneda extranjera ni a quienes deben viajar afuera del país. O como sucediera alguna vez en la Argentina, cuando los delirantes hacedores del golpe de estado fascistoide de 1943, dispusieron prohibir el uso de ciertas palabras “foráneas” o términos “soeces” o del lunfardo, cambiando las letras de los tangos, y no permitiendo difundir música extranjera, como durante los primeros tiempos de la última dictadura cívico-militar (1976-1983). O directamente restringir o prohibir el acceso a Internet o a las redes globales, como en algunos países del Oriente Lejano (recuérdense las convocatorias hechas a través de los celulares durante la reciente “primavera árabe”.
En aquellos lugares, durante esas largas dictaduras había miedo. Fundamentalmente la gente tenía miedo y no solo de hablar y decir que no, que no se estaba de acuerdo, que se quería o se pensaba diferente, Hasta había miedo de pensar diferente. Esto sigue pasando, en muchísimos lugares del planeta Tierra. Muchísimos países de todos los continentes soportan dictaduras o regímenes autocráticos, algunos bajo fuerte influencia religiosa fundamentalista, que hasta prohíbe a las mujeres hacer su vida. En otros, los disidentes son encarcelados, cuando no barridos por el fuego de los tanques, como en la Plaza Tianamen, en Beijín, China no hace mucho o en Siria en estos días.
Lo más alarmante –como si no fuera poco menos que aterrador lo que estamos describiendo y recordando—, es que mucho de eso sucedió y sucede en países cuyos gobiernos fueron un día elegidos democráticamente por el voto inmensamente mayoritario de sus ciudadanos (en algunos de ellos, no en todos, es cierto). Gobiernos que comenzaron prohibiendo o proscribiendo algo, alguna acción, alguna crítica o cuyos líderes gobernantes personalistas en todos los casos, hasta se permiten denostar o amonestar, por radio y televisión en cadena nacional, al hombre o a la mujer común, “el ciudadano de a pie”, por supuestas trasgresiones que a veces dan risa. Risa nerviosa. Pero que meten miedo.
Y en una democracia real no se vive con miedo; en una democracia real las instituciones funcionan o todos las respetan (respetamos) no se las avasalla. Y en una república democrática y federal el Gobierno central no extorsiona los gobernadores de los estados federados o confederados, negándoles lo que les corresponden para poder subsistir cumpliendo con sus obligaciones de brindar educación, salud, seguridad y estabilidad institucional a sus habitantes, incluido el pago de los sueldos de los empleados estatales, llámense maestros de escuela, médicos y paramédicos de hospitales públicos o agentes de la policía. Claro, en un país federal los gobernadores que se ven “apretados” por sus gobiernos centrales, que pretenden “encuadrarlos” y/o “disciplinarlos”, reaccionan fuerte y decididamente. Enfrentan al poder omnímodo o renuncian al pacto federal y declaran su independencia. O se van.
Más, existe el miedo. Y el miedo no es sonso.
Buenos Aires, 18 de julio de 2012, a los 18 años del criminal atentado a la AMIA.
por Hugo Murno, especial para BERNAL.ES
(18/07/2012) -Para no remontarnos muy atrás en la historia de la humanidad, permítasenos recordar algunos cosas que sucedieron en los últimos cien años y un poco menos. Hubo una o varias veces en que los homosexuales –hoy aceptados por casi todo el mundo—fueron perseguidos y denostados, además de puestos presos y hasta condenados a muerte o asesinados directamente. Y fue ayer en la Alemania nazi o en la Cuba castrista, y también en la España de Franco que esto pasaba y el resto del orbe callaba o miraba para otro lado. Después, caídos los tiranos o suavizados sus regímenes despóticos, la cosa cambio y todos dijimos ¡qué barbaridad; cómo hacían eso!
Algo similar se hizo y dijo cuando el déspota de Stalin, más sanguinario aún que Hitler, mando a morir en Siberia o directamente mandó matar a millones, si decenas de millones de rusos y otros nacidos en las repúblicas de la ex URSS que osaban levantar alguna voz crítica del régimen. Ni hablar del amordazamiento del periodismo. Ni de la prohibición de salir del país en casi todos esos casos, como en la Alemania Oriental, mal llamada Democrática, hace poco menos de 23 años, hasta la caída del ignominioso Muro de Berlín. Tampoco se permitía o permite comprar libremente moneda extranjera ni a quienes deben viajar afuera del país. O como sucediera alguna vez en la Argentina, cuando los delirantes hacedores del golpe de estado fascistoide de 1943, dispusieron prohibir el uso de ciertas palabras “foráneas” o términos “soeces” o del lunfardo, cambiando las letras de los tangos, y no permitiendo difundir música extranjera, como durante los primeros tiempos de la última dictadura cívico-militar (1976-1983). O directamente restringir o prohibir el acceso a Internet o a las redes globales, como en algunos países del Oriente Lejano (recuérdense las convocatorias hechas a través de los celulares durante la reciente “primavera árabe”.
En aquellos lugares, durante esas largas dictaduras había miedo. Fundamentalmente la gente tenía miedo y no solo de hablar y decir que no, que no se estaba de acuerdo, que se quería o se pensaba diferente, Hasta había miedo de pensar diferente. Esto sigue pasando, en muchísimos lugares del planeta Tierra. Muchísimos países de todos los continentes soportan dictaduras o regímenes autocráticos, algunos bajo fuerte influencia religiosa fundamentalista, que hasta prohíbe a las mujeres hacer su vida. En otros, los disidentes son encarcelados, cuando no barridos por el fuego de los tanques, como en la Plaza Tianamen, en Beijín, China no hace mucho o en Siria en estos días.
Lo más alarmante –como si no fuera poco menos que aterrador lo que estamos describiendo y recordando—, es que mucho de eso sucedió y sucede en países cuyos gobiernos fueron un día elegidos democráticamente por el voto inmensamente mayoritario de sus ciudadanos (en algunos de ellos, no en todos, es cierto). Gobiernos que comenzaron prohibiendo o proscribiendo algo, alguna acción, alguna crítica o cuyos líderes gobernantes personalistas en todos los casos, hasta se permiten denostar o amonestar, por radio y televisión en cadena nacional, al hombre o a la mujer común, “el ciudadano de a pie”, por supuestas trasgresiones que a veces dan risa. Risa nerviosa. Pero que meten miedo.
Y en una democracia real no se vive con miedo; en una democracia real las instituciones funcionan o todos las respetan (respetamos) no se las avasalla. Y en una república democrática y federal el Gobierno central no extorsiona los gobernadores de los estados federados o confederados, negándoles lo que les corresponden para poder subsistir cumpliendo con sus obligaciones de brindar educación, salud, seguridad y estabilidad institucional a sus habitantes, incluido el pago de los sueldos de los empleados estatales, llámense maestros de escuela, médicos y paramédicos de hospitales públicos o agentes de la policía. Claro, en un país federal los gobernadores que se ven “apretados” por sus gobiernos centrales, que pretenden “encuadrarlos” y/o “disciplinarlos”, reaccionan fuerte y decididamente. Enfrentan al poder omnímodo o renuncian al pacto federal y declaran su independencia. O se van.
Más, existe el miedo. Y el miedo no es sonso.
Buenos Aires, 18 de julio de 2012, a los 18 años del criminal atentado a la AMIA.
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