¿Y ahora qué? UN NO DIÁLOGO DE SORDOS


 
                    ( por Hugo Murno, especial para el Periódico Bernales)-

Pasó el 8N y nadie puede decir qué no se enteró –de lo que esa tarde/noche sucedió, aquí y en casi todos los rincones del país, ciudades grandes, medianas, pequeñas, pueblos y vecindades se vieron desbordadas de gente reclamando y disintiendo democráticamente y la máxima autoridad de la República (¿…?), la presidenta Cristina Ferández dijo, públicamente y por cadena, que ese día había pasado algo importante: la reunión del 18 Congreso del Partido Comunista Chino. Sí esto no es un diálogo de sordos se parece muchísimo. Más allá de lo que digan exultantes marchistas y denigratorios oficialistas (el más suave fue el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, que aseguró que “la presidenta (Cristina Fernández) tomó nota tácitamente” (sic).
La primera opinión, el primer comentario que aquí arriba consignamos, el de la señora Jefa del Gobierno Nacional, parecía un mal chiste, una ironía berreta, pero la del director de la BN (¡nada menos!) directamente se burla de todos. Y de todas.
Lo acaecido ese jueves histórico (aunque 678 provocativamente lo minimizara) en el que más de 2 millones de personas se movilizaron casi sin insultar, pidiendo ser escuchados y que los receptores de sus decires, pedidos y reclamos ls escuchen y rectifiquen su rumbo (no que dimitan, no que se vayan) no es para ignorarlo ni para mofarse. Menos cuando se detenta la más alta investidura constitucional del país. Ahí existe un límite: quien gobierna, en nombre del pueblo, para todos y para todas, no pueden jugar y hacer ironías verbales. Quienes la acompañan y aplauden mecánicamente tampoco. Pero quienes salieron a las plazas y calles del país tampoco pueden sentarse sobre su presunto éxito, sin arrimar una propuesta y una idea sobre el cómo hacerlo. Quien deba hacerlo es otro cantar, para eso, en una democracia constitucional como la que transcurrimos –con defectos y errores y falencias— son los partidos políticos, hoy decididamente devaluados, desconcertados, cuasi al borde de la parálisis y la extinción. Pero son ellos y sus dirigentes quienes deben tomar la posta, la antorcha, y bregar por el cambio en paz, mediante los mecanismos que las instituciones prevén para ello y, por sobre toda otra vía, mediante el diálogo. Aunque sea con los falsos sordos y sordas que gobiernan y a veces parecen autistas más que autócratas.
Muy bien lo señaló, en una pequeña nota de opinión periodística el sociólogo M arcos Novaro: “Nadie le pidió a la Presidenta o al Gobierno que se vaya sino que modifique sus políticas sobre la inflación, la prensa, sobre la corrupción y sobre la Justicia.”.

 Una democracia admite que quienes son gobernados acompañen o no las acciones de los gobernantes, las aprueben si les satisfacen o las cuestiones cuando no. Y nadie puede apostrofar aquello ni salir a decir que quienes lo hacen lo hacen impulsados o engñados por intereses espurios o que son de ultraderecha o añorante de la dictadura…

 Una democracia es un sistema en el que se puede disentir y decirlo sin que a uno se lo reprima, pero es un sistema en el que los gobernantes escuchan y responden, no un régimen en el que hacen como si oyeran llover y se preocuparan por lo que pasa en la China (un país dos sistemas), que, además queda muy lejos. Más lejos que Ghana.