YO FUI TESTIGO...
del 10 de diciembre de 1983
y ahora lloro
por Hugo Murno, especial para BERNAL.ES
Aquel día histórico en que se recuperaba la democracia en la Argentina
y para los argentinos, fui testigo de muchos acontecimientos que emocionaron
hasta hoy: el presidente Raúl Alfonsín, después de asumir en el Salón Blanco de
la Casa de Gobierno, salió a la calle inundada de gente feliz, cruzo la plaza
hasta el Cabildo y desde ese histórico balcón saludó a la multitud y anunció su
primera medida de Gobierno: el decreto de juzgamiento a las nefastas Juntas
Militares y a las cúpulas de los grupos Erp y Montoneros. Ese día, además, se
conmemoraba y conmemora el Día Universal
de la Declaración de los Derechos Humanos.
Después sobrevinieron mil y un acontecimientos, de los buenos, de los
malos y de los otros. En el mismo Gobierno de Alfonsín –presionado por las
circunstancias y las aún fuertes FF AA- se sancionaron las desgraciadas leyes
de Punto Final y de Obediencia Debida. Después, ya en otro gobierno
democrático, el de Carlos Menem, se dispusieron la amnistía para todos los
militares y civiles condenados a perpetuidad por los delitos de lesa humanidad.
Después se siguieron produciendo hechos de toda índole alrededor del mismo
tema. Ni hablar de lo no sucedido durante el lamentable gobierno de De la Rúa o el interregno de Duhalde, o los cinco presidentes en tres días, uno de los cuales dispuso el entonces muy aplaudido y celebrado default, que hoy lamentamos y cuyas consecuencias padecemos.
También después vinieron a gobernar dos abogados que nunca, durante la
dictadura que asoló al país entre 1976 y 1983, presentaron un solo habeas
corpus a favor de algún detenido-desparecido (y eso que hubo treinta mil) ni
formaron parte de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), la
que sí fundaron e integraron, los abogados Alfonsín, Menem, y otros no expertos
en leyes, ciudadanos simples y comunes, dirigentes políticos y sociales,
Deolindo Bitel, Ítalo Lúder, Oscar Alende, Simón Lázara y muchos otros que se
caracterizaron por sí hacerlo (presentar
habeas corpus, defender detenidos políticos y sociales y gremiales) sin cobrar
un solo peso por ello.
Imposible negar que los
últimos 9 años, bajo la égida de los gobiernos de los abogados Néstor Kirchner
y Cristina Fernández, se reimpulsaron las causas contra los autores de crímenes
aberrantes, secuestros, torturas y asesinatos perpetrados por militares y
civiles durante aquellos años de plomo (1976-83). Sería injusto negarlo o ningunearlo,
como acostumbran hacer las actuales
autoridades gubernamentales, que piensan, creen y pregonan que del tema
derechos humanos nadie se ocupó hasta que ellos llegaron a la Rosada.
Ellos, que reivindican ahora, como gran figura histórica a un
reconocido tirano, como fue el brigadier general Juan Manuel de Rosas, que supo
gobernar con mano dura y con la Suma del Poder Público, hasta que hubo de renunciar
y asilarse precisamente la denostada Inglaterra. Admiran a Rosas y se llenan la
boca pregonándose defensores de las libertades públicas, mientras actúan como
lo hace cualquier populismo: aplaudiendo y reverenciando, casi endiosando a
quien detenta el poder.
Yo fui testigo del 10 de diciembre de 1983. Y hoy me duele el presente.
Y temo por el futuro. El de todos. Y todas.
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